Foto: verdadabierta.com/la-reinvencion-del-clan-giraldo

El departamento del Magdalena fue golpeado a finales del siglo XX y principios del XXI con toda la fuerza del aparato paramilitar, del  Bloque “resistencia Tayrona”y el Bloque  Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). En el primero el que mandaba era Hernán Giraldo, un colono paisa que llegó a los 15 años a la Sierra Nevada y allí consolidó su reinado de terror. Entre los crímenes más atroces   que dejó el andar de su máquina de guerra, figura la violencia sexual ejercida contra más de   doscientas menores de edad, lo que le hizo ganar un apodo espeluznante: “Taladro”. Por su parte, el Bloque Norte, infiltró las bases de la política regional y no fue menos despiadado. El que estaba al mando, además de Mancuso, máximo comandante de las AUC, era Jorge 40. Una prueba del horror que arrastraban ocurrió en noviembre del 2000 cuando en la Ciénaga Grande de Santa Marta, los paramilitares asesinaron a 38 personas,13 de ellas en el corregimiento de Nueva Venecia.

Históricamente, en Colombia las cifras oficiales de las masacres no siempre coinciden con el número real de víctimas.  Una de las razones es que   muchos familiares producto del dolor y la urgencia de despedir a sus seres queridos, prefieren recoger a sus muertos, velarlos bajo sus usos y costumbres y no esperar a que llegue el CTI a levantarlos. La burocracia de la muerte. Sin embargo, en el caso de la Ciénaga Grande, no se contaron todos los muertos ya que muchos cuerpos terminaron metidos en caños, en lagunas naturales. Se estima que pudieron haber sido más de sesenta las víctimas. Un caso tan horrendo como el que sucedió en El Salado o en La Gabarra.

La mayoría de las víctimas fueron pescadores.  Los paramilitares, justificaban sus crímenes con el argumento de usar el terror como un vehículo de enseñanza, sólo así, decían, la población civil aprendía que no podía volver a ayudar a los guerrilleros. No obstante, lo ocurrido en Nueva Venecia no seguía esta línea argumental; este pueblo palafito de la Ciénaga Grande de Santa Marta, nunca fue escenario de enfrentamientos entre las Farc o el ELN. Su cotidianidad transcurría en torno a la pesca y lo más grave que había ocurrido, de acuerdo con un reportaje publicado por la revista Semana, fue una “pelea de borrachos (…) Uno le pegó a otro en la cabeza con una botella y le cogieron 10 puntos” afirmó uno de los testigos.

El 22 de noviembre del 2000, seis lanchas con 70 paramilitares del Bloque Norte salieron, según Rutas del Conflicto, de Caño Clarín- un canal que comunica a la Ciénaga con el mar Caribe- y  entraron a Nueva Venecia. Reunieron a la población en la iglesia y, con lista en mano, llamaron a 15 pescadores. Allí mismo, a la vista de todos, los asesinaron. Luego, en un acto de horror, en una de las paredes de la iglesia y con la sangre de los muertos, los paras escribieron: “Ahí les dejo los aguinaldos, que tengan una feliz navidad”. Los paramilitares alegaron que esto había sido en represalia por que los habitantes del pueblo ayudaron al ELN encubriendo varios secuestros. Nada de esto se pudo comprobar. En su huida, los paramilitares atravesaron el pueblo de Buenavista, donde asesinaron a 39 personas más. Los habitantes aseguran que las víctimas fueron muchas más, pero las aguas de la Ciénaga ayudaron a ocultar y desaparecer los cuerpos.

El año 2000 fue especialmente sangriento para los pueblos de la Ciénaga Grande. El 10 de febrero, en la cabaña El Hobo y en Trojas de Cataca, los paramilitares asesinaron a 13 pescadores y la mayoría de sus habitantes fueron desplazados, convirtiéndolo en un pueblo fantasma. Para cerrar ese ciclo de horror, en diciembre fueron asesinados cuatro pescadores en la Ciénaga de la Aguja.

Se estima que solo en el año 2000, en la Ciénaga Grande de Santa Marta, fueron asesinados entre 47 y 100 pescadores. Hoy honramos las vidas arrebatadas por décadas de conflicto armado, haciendo de la memoria un espacio de dignidad y resiliencia, para que estas tragedias no vuelvan a repetirse nunca más.

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